En el TOF1, declararon ayer siete testigos. Tres lo hicieron en el recinto y cuatro por video conferencia. Cada testimonio, personal y de contexto, es un retazo de un todo que muestra el funcionamiento del plan sistemático implantado por el terrorismo de estado en la provincia de Córdoba, una de las provincias más castigadas por la represión ilegal.
Por Katy García*
Este juicio pone el foco en los delitos cometidos por policías del Comando Radioeléctrico. Isaac Garay, Ramón Hugo Bengolea y Daniel Villar declararon en la sala de audiencias del TOF1. En tanto que Ramona Ángela Sánchez, Roberto Esteso, Roberto Tallei y Raúl Cerezo lo hicieron, por videoconferencia, desde San Luis, Buenos Aires, Tenerife (España), y Mar del Plata, respectivamente.
Iniciado el debate, el fiscal Maximiliano Hairabedián le pidió a cada testigo que le relate al Tribunal lo que conoce o le sucedió. Luego, las partes realizaron las preguntas pertinentes.
Marcas hay
El primero en ingresar a la sala fue Raúl Hugo Bengolea. Su testimonio se vincula con los asesinatos de José Osatinsky y José María Villegas. Contó que cuando volvía del trabajo -a la tardecita- se enteró por vecinos y familiares que horas antes hubo un operativo militar/policial en la casa de unos estudiantes que vivían en la calle Brasil y que escaparon por los techos. Pudo ver, dijo, que “en la vereda donde cayó muerto uno de los chicos había dientes, restos de sangre y cabellos”. Y afirmó que existen marcas de impactos de bala en la zona donde se produjo la balacera. Se refiere al hecho octavo, cuando el 2 de julio de 1976 llegan al lugar 11 patrulleros del Comando Radioeléctrico. Ingresan a la casa y persiguen a Carlos Guillermo Berti y Néstor Morandini -que logran escapar- y matan a José Osatinsky (15) y José María Villegas (21).
El hermano de Berti, en la audiencia anterior, contó que aquél día había explotado una “panfletera con mecha” en la casa y que los jóvenes se habían asustado. Entonces, salieron a la calle y le dijeron a los vecinos que el ruido que escucharon había sido por la explosión de una garrafa. Esta es la versión ratificada por el testigo. “Los chicos se dispersaron y salieron por los techos sobre el pasaje 11”, expresó.
El testigo vive en Barrio Güemes desde siempre. Le costó recordar sus propias declaraciones y fue necesario refrescarle la memoria con la lectura de algunos pasajes que al escucharlos confirma.
Parecíamos invisibles
Daniel Alberto Villar declaró como víctima y en relación al hecho primero. El 3 de mayo de 1976, lo detuvieron en la Terminal de ómnibus junto a otro compañero de Alta Gracia. Viajaban juntos a cursar en la Universidad Católica de Córdoba. Un policía de civil observó que llevaba un libro titulado “El Personalismo”. Y ahí nomás llamó a los uniformados y a punta de pistola los condujeron a la seccional primera de policía, luego al policlínico policial y después al D2.
En el camino le decía: “Escapate hijo de puta…parecía que éramos invisibles porque nadie dijo nada”. Durante los interrogatorios le preguntaron datos personales y de los parientes que “eran anotados por colaboradores de los torturadores”.
Le preguntaban por la novia
La lectura de una nota en el diario Sumario que daba cuenta de la historia de Hugo Pavón disparó sus recuerdos. Contó que a pesar de que estaba torturado “escuché a Pavón, le reconocí la voz y el nombre. Levanté la vista, no pude verlo pero sí lo escuché”. Precisó que lo habían colgado de un gancho, en el techo, y que había dos bancos de piedra. Se refiere al “tranvía” del D2, donde estuvo con otros prisioneros todos golpeados. Desde ahí escuchó gritos de mujeres. Le contaron que se trataba de Diana Fídelman.
Indicó que a Pavón lo “descuelgan en un determinado lugar”. Y que como era obeso “tengo muy presente el ruido de los golpes”. Añadió que le preguntaban por la novia y que Hugo no contestaba. El 4 de mayo “escuchamos un impacto de bala en un lugar muy cerca, a la noche” y que comentaban: “Mirá, pierde como un lechero”, mientras desplazaban el cuerpo. “Y de ahí no lo veo más a Pavón”.
Gracias a los vínculos de su madre con el arzobispo Raúl Francisco Primatesta logró quedar en libertad a los pocos días. En otro tramo del relato aludió a “un tipo de zapatos marrón claro y pantalón vaquero” que después supo que se llamaba Julio Antún.
Tuvimos que actuar …
Roberto Tallei, declaró por video conferencia desde el consulado de Argentina, en Tenerife, España.
Vivía en pleno centro de la ciudad. A eso de las dos de la madrugada golpean con fuerza y a los gritos la puerta del departamento que habitaba. “Entró una persona vestida de militar y tres policías con ametralladoras cortas” y mientras uno lo interrogaba otro lo apuntaba. Le plantaron unas revistas del partido comunista. Lo esposan y llevan detenido. Lo introducen a un auto chico, en el asiento trasero, rumbo al comando radioeléctrico.
Relató que junto a otros detenidos permanecieron en un ambiente amplio sentados en el suelo. Y que por las noches, llegaba un militar al que reconocía por los botines y el pantalón y les ordenaba como en el servicio militar realizar movimientos vivos acompañados por golpes, mientras se paseaba. La noche siguiente, escuchó dos disparos de pistola cerca del lugar. Y un militar les dijo “pórtense bien porque hubo dos personas que se han querido escapar y tuvimos que actuar”.
Pasó cinco días y se retiró caminando. Vivía con Juan Carlos Molina también detenido en otro procedimiento.
Estupefacción y asombro
Ramona Ángela Sánchez declaró por videoconferencia desde San Luis. Lo hizo como víctima y testigo (hecho primero). Junto a Hugo Pavón Quiroga y Carlos Alberto Varella Alves, su novio, fueron llevados a la comisaría de Alta Gracia y luego al D2, en Córdoba.
“Todo era estupefacción y asombro. Nos vendaron y esposaron en el banco y nos torturaron”, dice, y ahí nomás relativiza su propio sufrimiento. “A mí era más psicológico que físico” mientras que “Huguito (Pavón) era torturado varias veces al día. Volvía apaleado incluso le dieron un culatazo con el fusil”. Recordó, además, que por las noches venía un hombre alcoholizado que les gritaba y hacía correr y armar “una torre humana” donde caían unos sobre otros.
Ramona fue víctima de abuso por parte de un hombre al que ella bautizó como El gato. Este señor “sutil, delicado” le sacó la venda y pudo ver su cara. Se parecía a un tanguero, vestido de negro. Lo trataban con respeto, como si fuera un superior. “Era un policía federal”, afirmó. Cuando estaba a punto de violarla ella gritó. Justo llegó otro policía para avisarle que estaba un oficial aparentemente de rango superior y le dijo: “dejalo para más tarde”.
Después de 10 años, en un baño en Brasil, escuchó una carcajada que le hizo revivir esa experiencia y salió corriendo.
Huguito
“Huguito no pasaba de 1.70, gordito, fornido, con una vida apacible” que tenía un hermano mayor y era artesano. “Al lado de su casa vivían sus primos. Uno de ellos estaba en el ejército, pelo corto, y era (para ellos) el hippie sucio”, le dijo al Tribunal.
Analizó luego cómo vive la dimensión tiempo una persona cautiva. “No hay días ni noches sino las campanadas”. Hasta que un día les dicen que quedarán libres. “Huguito me pidió que le diga a su madre que lo saque de acá porque no aguantaba más”. Estuvieron presos desde el 30 de abril hasta el 4 de mayo. “Fue una eternidad”, sostuvo.
Sobre el final manifestó su desacuerdo con los sobreseimientos por fallecimiento que prevé la ley. Lo mismo con los que son separados de la causa y se mueren en sus casas, sin sentencia. “Porque no dejan de ser culpables”, expresó.
No tenía militancia política
Por su parte, Raúl Cerezo declaró por videoconferencia desde Mar del Plata. Lo hizo en relación a Hugo Pavón. “Vivíamos casa de por medio. Era la tarde, cuando militares y policías rodearon el lugar. Un procedimiento bastante grande. Vi que lo sacaban en una furgoneta verde, agarrado de los pelos. Eso es lo que más recuerdo. Con policías y militares armados.
Con su hermano se juntaban a charlar y a “boludear” a la tarde y noche y los fines de semana. Las madres de Hugo y la suya tenían un vínculo de amistad. “Compartíamos muchas cosas de adolescentes. Todas las tardes nos juntábamos. Hugo no hacía deportes y era muy pulcro. No tenía militancia política, nunca hizo ningún comentario de política. Sé que salía con una chica de San Francisco”, explicó. Una de las versiones que se conoce sobre las razones del procedimiento, cautiverio, asesinato y desaparición se relaciona con la novia de Hugo. No obstante aún no está claro.
El testigo que es psicólogo habló del temor que se vivía en aquella época.
Peor que a un animal
Isaac Garay militaba en el Partido Comunista (PC). Había sido detenido otras veces. “Ese día en la terminal presentí que me iban a detener. Y cuando llego a casa me entero que habían detenido a mi hermano”, empezó diciendo frente al Tribunal.
Estaba parado en la puerta cuando un patrullero Torino, ingresa a contramano. Los policías lo identifican y lo llevan detenido. “Sin violencia, en ese momento”, aclara, porque apenas sube al auto lo tiran al suelo y golpean. En el D2, lo reciben diciendo “ahí llegó el judío”, dando por hecho que lo era “por mi nombre”. Estuvo en el tranvía unas dos semanas. Esposado y encapuchado. Recordó que desde ahí se escuchaban los gritos de seres humanos “vejados, tratados peor que a un animal”. Allí y en el baño se fue enterando de las torturas a las que eran sometidos y que Diana Fídelman había sido sentenciada a muerte. Y del «intento de fuga” de María Eugenia Irazusta. (N de la R. Los asesinatos de ambas fueron juzgados y condenados durante el Juicio Videla, en 2010, conocido como UP1).
Lo interrogaron sobre el partido donde militaba y sobre la muerte de un empresario de SanCor. No era sindicalista. Solo asesoraba a los delegados de la terminal de ómnibus. Del D2 paso a la alcaidía. “Dos mundos distintos, uno el horror y otro las vacaciones”, le dijo al juez Díaz Gavier en referencia a esos lugares. Antes de recuperar la libertad estuvo detenido en la UP1 y en Sierra Chica.
Por un croquis
Roberto Esteso, testimonió desde el Consejo de la Magistratura, en Buenos Aires. El testigo describió que la noche del 29 /30 de abril de 1976 fue allanado y detenido en el departamento donde vivía con su esposa y un bebé de 40 días. Escuchó ruidos y al observar por la mirilla fue encañonado. Abrió la puerta del comedor y se le abalanzaban los policías. Lo arrojan al piso, maniatan y vendan los ojos. Lo suben a la parte de atrás de un auto y conducen hasta el Cabildo y el D2.
La patrulla llegó a su casa guiada por un croquis que habían encontrado en la casa de unos “guerrilleros”. ¿Qué pasó? En esa vivienda vivía una compañera de estudio a quien invitó a un asado y le hizo un mapa con la dirección y una flecha que indicaba “casa con ladrillos rojos”. Lo interrogaron sobre una persona llamada “Tato Olmos u Olmedo” a quien no conocía. Y sobre sus ideas políticas. Era abogado laboralista y estaba vinculado con comisiones internas de sindicatos.
Luego paso al D2 donde fue golpeado. “Sentía que estaba solo, con gente alrededor”, reflexionó. No sabía por qué estaba preso y tampoco si algún juez estuviera al tanto. Pero sus reclamos eran tomados de manera jocosa con comentarios del tipo “aquí el doctor pide…”
Cuando vio que le habían traído los mocasines se sintió fortalecido para pedir la libertad. En una reunión, cara a cara, con una persona que se interesó por su situación le dijo que iba a quedar libre.
Ya sin venda, y en una oficina con personal uniformado, pide una certificación que finalmente logra. Volvió a su casa donde estaban los familiares y un amigo muy solidario que lo acompañó esa noche. Al otro día, denunció la pérdida de los documentos y se dirigió al Colegio de Abogados “donde fui bien atendido”. Viajó a Buenos Aires y en agosto, se exilió en México donde permaneció hasta 1984 que regresa al país.
La esposa con el patrocinio de María Elena Mercado presentó un hábeas corpus que nunca fue respondido.
El próximo martes 18 declararán los testigos que faltan y se realizará una inspección ocular. El juicio es oral y público. Los únicos requisitos son ser mayor de edad y llevar el DNI.
*Agencia Prensared
Fotografía Mercedes Ferreyra
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