En la Sala de Audiencias del Tribunal Oral Federal n°1 se desarrolló la cuarta audiencia que juzga a una veintena de policías y un militar por crímenes de lesa humanidad -secuestros, tormentos y homicidios- ocurridos entre marzo y julio de 1976. Se trata de la causa Montiveros que acumula un total de nueve expedientes. Ayer declararon tres testigos. El hijo y hermano de dos víctimas y un comisario retirado.
Por Katy García*
Ayer declaró, Santiago Nicola, hijo de José Luis Nicola y Lucía Esther Molina. Su padre fue asesinado, junto a Vilma Ortiz y Gustavo Olmedo, en el Pasaje Bello, en Barrio San Vicente. Tenía 45 días y sobrevivió a la balacera. Raúl Bernardo Berti, contó cómo se desencadenó la persecución policial donde Osatinsky y Villegas fueron abatidos. El ex policía Manuel Ocampo fue consultado sobre procedimientos y responsabilidades en la época. Un choque impidió que llegara al barrio Güemes y fuera el patrullero número 12.
Del placard a la Casa Cuna
Santiago Nicola, tranquilo y con mucha seguridad, le contó al Tribunal el largo proceso que le permitió reconstruir a partir de relatos familiares, recortes de diarios, y de información oficial posterior, cómo sucedieron los hechos que terminaron con la vida de sus padres y salvaron la propia cuando sobrevivió a los disparos. Estaba en el placard del baño de la casa que después fue dinamitada y saqueada.
Tenía 45 días, cuando el 26 de marzo de 1976, el Comando Radioeléctrico llevó adelante un megaoperativo, en la vivienda de Pasaje Bello, dando muerte a su padre José Luis Nicola y a sus compañeros de militancia Vilma Ethel Ortiz y Gustavo Gabriel Olmedo. Aquél día, su abuela Irma Ramacciotti de Molina, recibió el llamado de su hija Lucía que le avisaba que “habían cercado la manzana y que por favor vaya a buscar al bebe”. De inmediato, se apersonó al D2 y días después lo encontró en la Casa Cuna. Tuvo una audiencia “con la monja Monserrat Tribo y no quiso entregarme esperando que vaya mi mamá”, explicó, Santiago. (Esta religiosa es la misma que fue citada a declarar en la megacausa La Perla por la sustracción del nieto de Sonia Torres y huyó al exterior con la complicidad de la Iglesia Católica).
A partir de una entrevista que Irma mantuvo con el Oficial de policía Ríos – un ex alumno, en primer grado- se enteró qué pasó y la ayudó a buscar el cuerpo de su padre y vía judicial logró la tenencia. “Sorprendió a la policía cuando, luego de ametrallar la casa, con muchos disparos, entraron y encontraron abatidos a mi papá, a Vilma, a Gustavo y escucharon llantos en el placard de un baño y estaba yo, vivito, y me llevan a la casa cuna”, recordó.
“A la semana, mi abuela, que era muy persistente fue a la casa a constatar cómo había quedado después de haber sido dinamitada” y el vecindario le contó que “se habían llevado los muebles y pertenencias”.
Cuando el fiscal le preguntó si además de la información que le brindó su familia tuvo acceso a otra fuente se refirió a un recorte de La Voz del Interior donde afirmaba que fueron “abatidos en un enfrentamiento subversivo”. Esto le generó dudas y con el tiempo se enteró que la prensa replicaba los comunicados de las fuerzas armadas. Agregó que a través de documentación pública que se encuentra en el Archivo Provincial de la Memoria (APM) supo que su padre figuraba en “el libro de extremistas”.
Dos veces recuperado
Vivió con su abuela hasta los tres meses y luego con su madre, en Villa Ballester. Al tiempo, ella forma pareja con Rodolfo Goldín. En abril de 1977, allanan esa casa con el mismo modus operandi. Le contaron que “Rodolfo estuvo en La Perla, que había sido torturado con alevosía por su condición de judío y que lo mataron en un enfrentamiento fraguado en Monte Grande”. De su madre no se supo nada. Estaba embarazada de cinco meses y medio. El, fue llevado a la Casa Cuna de La Plata y fue recuperado por segunda vez. Pudo armar una pareja y su hija estaba presente en la sala. Le pidió al Tribunal que “busquen a su hermano o hermana” para que recupere su identidad y encuentre a la familia.
Le solicitó “al fiscal de la democracia” Maximiliano Hairabedián que “pida las máximas penas posibles” para los imputados como un mensaje para las nuevas policías que replican “prácticas violentas”.
Le agradeció a la familia Molina que lo crió y reivindicó la labor de Irma –reconocida militante, primero en Familiares y luego en Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba– quien, dijo, debería estar hoy aquí pero falleció hace siete años. “Ella, me enseñó a mantener la memoria, decir la verdad siempre y buscar justicia”. Cerró con una frase que tomó de una amiga: “Lo imposible solo tarda un poco más”.
Al inicio le contó al Tribunal que su padre había nacido en Santa Fe. Que de niño había mostrado una gran preocupación por lo que pasaba en su entorno social. Cuando terminó la secundaria se trasladó a Córdoba para estudiar medicina donde conoció a su madre, Lucía Esther Molina, se enamoraron y empezaron a participar en las luchas estudiantiles. Cuando él nació lo llamaron Santiago en honor a Santiago Panpillon. “Militaban en Ocpo, y querían cambiar el mundo y la sociedad”.
“Rajaron como alma que la lleva el diablo”
El segundo testigo se refirió al hecho octavo que indaga sobre lo ocurrido el 2 de julio de 1976, en Brasil 669, barrio Güemes, cuando llegan al lugar 11 patrulleros del Comando Radioeléctrico. Ingresan a la casa y persiguen a su hermano Carlos Guillermo Berti, Néstor Morandini, José Osatinsky (15) y José María Villegas (21), quienes huyen por la terraza de la casa. Carlos y Morandini conocido como “Lana” logran escapar en tanto que Osatinsky y Villegas que intentan regresar son abatidos por la fuerza policial.
Aquél día cuando se produjo el operativo policial se fue a trabajar. A eso de las 11, lo llamó su hermano para decirle que “había problemas y que se fuera. Después se reunieron y su hermano le contó que la “panfletera con mecha” había explotado. Se asustaron y salieron a decirles a los vecinos que había explotado una garrafa. Miraban por la rendija cuando vieron que pasó un patrullero y entonces “rajaron por la terraza como alma que la lleva el diablo”.
Afirmó que los cuatro huyeron por los techos, mientras la policía había entrado a los tiros. “Cruzan la manzana y saltan a la calle Brasil. Carlos y Lana consiguen pasar a la otra calle y toman un taxi. En tanto que Villegas y el Pibe (José Osatinsky) no pueden saltar una pared, se vuelven para escapar y son acribillados por la policía”.
El testigo contó que alquiló esa vivienda tipo chorizo para vivir con su hermano que estudiaba física en el IMAF y que aspiraba seguir en el Instituto Balseiro, y con José Villegas, ambos militantes de superficie de la JUP. Como trabajaba en el Banco Nación firmó el contrato de alquiler y un amigo de la familia que era Juez “con ideas opuestas” le firmó la garantía.
Brindó detalles de la disposición de la casa donde el dueño que era carpintero tenía su taller. Destacó que habían pactado no realizar actividades políticas en la casa donde “Había guitarras, discos, charlas y conversaciones. Los medios, publicaron que había un “arsenal” cuestión que calificó como “una burda propaganda política”. Denunció el robo de una moto Siambretta 125, muebles, repisas, juegos, un equipo de música Audinac y más de 200 discos reunidos en 20 años.
El calvario de la familia Villegas
El testigo se salvó porque estaba trabajando. Su padre que era médico forense fue con la esposa a la morgue y “sufrió un desmayo” al ver tantos cuerpos de jóvenes y no poder reconocer a ninguno. “Quedó destrozado”, le había dicho su madre. También allanaron la casa de sus padres y de la familia Villegas. “El allanamiento fue correcto con buen trato. No pasó lo mismo con Villegas. Fueron y secuestraron a su hermana adolescente y la torturaron para sacar información que ella no tenía. Y le dijeron al padre que no hable con nadie, que no se junte con familiares, porque vamos a llevar de nuevo a su hija. Quedaron aterrorizados”, evocó.
Ante una pregunta de Claudio Orosz sobre la presencia de José Osatinsky aquella mañana, respondió que su hermano le contó que estaban los tres y que llegó un pibe de 15 años, en una moto, que va por primera vez a visitarlos y termina muerto. Nunca más volvió a la casa ni al banco. Se fue a Buenos Aires y allá se enteró que su padre “Se vino abajo y el 26 de septiembre murió”, precisó.
Carlos Berti y Néstor Morandini fueron asesinados en 1977. Permanecen desaparecidos.
“Orden de Allanamiento”
El tercer testigo de contexto, Manuel Isidro Ocampo (C.R), se desempeñó en el Comando Radioeléctrico, en julio de 1976. Cuando se dirigían a Barrio Güemes “en la esquina de San Luis y Vélez Sarsfield nos choca un remisero o taxi y nos destroza la parte trasera”. Ese accidente hizo que se volvieran y reportaran el hecho. Hubiera sido el patrullero número 12 que participaba en el procedimiento.
En aquel momento, dijo, que era oficial principal. No patrullaba, era jefe de compañía y su tarea era “controlar a otros móviles e impartir las directivas de los superiores”. Manifestó que cada patrullero contaba con un chofer, el jefe de coche y un patrullero atrás. Quien tomaba las decisiones y manejaba la radio era el jefe de coche. También aportó lo que se acordaba sobre el tipo de armas que se usaban y aseguró que para ingresar a un domicilio se necesitaba “Una orden de allanamiento”.
Señaló que ante un gran procedimiento como el de Güemes con 11 móviles “Se apostaba a la gente”. Graficó con un ejemplo “el cercamiento que hubo en la cárcel de San Martín donde participó personal del Comando y policía federal, para evitar la fuga de detenidos extremistas”. Sobre quién daba las órdenes de salir y con qué responsabilidades dijo que en ese tiepmo “había mucho espíritu de cuerpo, y cuando se escuchaba por la radio que había un tiroteo iban todos” y que “posiblemente no había quien coordinaba. Pero el responsable es el de mayor jerarquía”. Sobre el procedimiento al que no pudo llegar no recordó qué órdenes había recibido pero sabía que “había problemas”. Tampoco se acordaba que hayan ido otros móviles.
El fiscal le preguntó si después de un “enfrentamiento armado con víctimas fatales” tenían franco o seguían trabajando. “Se volvía al Comando para seguir trabajando y era muy difícil que saliera de nuevo”, respondió.
En cuanto a la reposición de municiones manifestó que había un armero. Que entregaban el arma y los cargadores y que eran peritadas. Dio a entender que la reposición se hacía intercambiando la vaina servida por la munición. ¿Se quedaban a juntar las vainas? – inquirió el Presidente del tribunal. -“A veces, de acuerdo al lugar, al horario”, respondió.
La próxima audiencia se realizará el martes 11 de diciembre a las 9:30.
*Agencia Prensared
Fotografía Nicolás Castiglioni