Producción de alimentos
Lo que la pandemia de COVID-19 puso en cruenta evidencia la necesidad de un corte abrupto con la lógica de consumo y depredación. En este artículo se destacarán los datos y avances de información de las centrales revistas científicas y de investigadoras locales vinculadas con la producción de alimentos, las familias horticultoras y los alimentos que llegan a la mesa. Finalmente, a modo de “imágenes del futuro” se plantean los nuevos desafíos vinculados con la seguridad y soberanía alimentaria como ensayos posibles y urgentes para pensar desde “una salud”.
Por Ximena Cabral (*)
En Argentina, parte de las marcas más oscuras en estos 40 años de Estado constitucional ha sido sin dudas el fortalecimiento de un modelo productivo extractivista y depredador sobre nuestros territorios. El investigador Walter Pengue fue el primero en decirlo: “La epidemia química llegó al país y alcanzó tanto a las formas de producción agropecuaria como a las de alimentación”.
Es decir, el advenimiento de este tipo de agricultura, denominada “agricultura industrial” -producción agropecuaria de alto rendimiento, basada en el uso intensivo de capital (tractores y maquinarias de alta productividad) e insumos externos (semillas de alto potencial de rinde, fertilizantes y pesticidas sintéticos)-modificó, de una vez y para siempre, el entorno, paisaje, cultura y formas de vida rural.
El slogan “de la productividad” muestra su revés en los poblados y especies enfermas. No sólo este modelo productivo abrasivo y depredador sobre las tierras afecta directamente a la salud de trabajadores y familias en zonas rurales, sino a los poblados colindantes y a los siguientes. Es decir, aquí las fronteras se evaporan: en cada ecosistema, los organismos vivientes son parte de un todo actuando recíprocamente entre sí, pero también con el aire, el agua, y el suelo. La biodiversidad es esencialmente una propiedad, una característica de la naturaleza y de las múltiples formas de adaptación de la especie humana a los ecosistemas o paisajes de la tierra.
Mariana Eandi, del grupo de investigación “Epidemiología ambiental del cáncer y otras enfermedades crónicas” radicado en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, es parte de las investigadoras cuya tesis doctoral se vinculó con familias horticultoras del cinturón verde de la ciudad de Córdoba. Hace ya más de diez años investiga en esa zona diversas aproximaciones para conocer los procesos de salud, enfermedad y cuidados de trabajadores y trabajadoras agrícolas en vínculo con la exposición a plaguicidas.
Consultada por Umbrales sobre la situación de las familias que trabajan allí, expresó: “Lo que verificamos a partir del trabajo exploratorio previo, anterior a la encuesta de los agroaplicadores, es que estos trabajadores, a diferencia de los extensivos, aplican los plaguicidas con una mochila que cargan a sus espaldas” expresa y subraya: “imaginate que la exposición en ese contexto es bien distinta. Requiere de cuidados exhaustivos para que la piel no se exponga al químico, el aspirar o que por las conjuntivas no ingrese el tóxico al cuerpo. La exposición cualitativamente y cuantitativamente es mayor”.
“Sin alimentos sanos, no hay pueblos libres”, aparece como un mojón que marca un horizonte, tanto por las marcas que se producen en los cuerpos de las familias horticultoras como en toda esa travesía que va desde la siembra del alimento a la mesa de cada hogar.
La valía de la tierra
Según el informe Producción Frutihortícola en la Región Alimentaria de Córdoba del Observatorio de la Agricultura Urbana, Periurbana y de la Agroecología (O-AUPA) y sus redes de cooperación –SSAF, APRODUCO, IG-CONAE, FCM-UNC, FCA-UNC, FAUD-UNC, CONICET-, de 2022, la superficie hortícola de la provincia de Córdoba se redujo un 33,5 % entre 2002 y 2018, y se perdió el 74% de esta entre 1988 y 2019.
“El Cinturón Verde de la Ciudad de Córdoba (CVCC), aporta el 16% de la producción del país y se posiciona como la tercera en volumen total producido, su área cubre unas 5.500 ha productivas. El modelo de urbanización no planificado está regido por el modelo económico liberal que propuso eliminación de impuestos a las exportaciones, aranceles a la importación de bienes de capital y una serie de organismos públicos reguladores del sector. ]Conjuntamente con la introducción del paquete moderno biotecnológico -soja RG y glifosato- propició, entre otras cosas, una reducción de su tamaño a la mitad en menos de 20 años” aclaran Eandi, Mariana Andrea, Luciana Dezzotti, y Mariana Butinof en «Exposición a plaguicidas y cuidados de la salud en la horticultura periurbana: el caso del Cinturón Verde de la Ciudad de Córdoba, Argentina» publicado en Ciência & Saúde Coletiva 26 (2021).
En esta pérdida de territorio se ubican los desplazamientos y al respecto, lo que se conocía como “cinturón verde” quedó desplazado y recortado como manchas más lejanas. Eandi explicó: “Desde hace un año en otra investigación con el INTA ya lo denominamos como región alimentaria de Córdoba, debido a la expansión de la mancha urbana que corrió a los productores afectando la lejanía y el costo de los alimentos. Además de la pérdida de esa infraestructura de regadío que existía para la producción, estos alimentos ahora se producen a más de 50 km, con las consecuencias en el acceso y el precio, y las dificultades que acarrea a los productores”.
En esa fuga hacia lugares como Pilar, Río Segundo, Colonia Caroya, las familias “medieras” -porque no son dueños de las tierras- deben modificar sus prácticas y tiempos en el trabajo productivo. Con respecto a estas tareas no remuneradas y el ocultamiento del trabajo, la Dra. Eandi aclara: “En las tareas de cuidado es la mujer quien mira, cuida y chequea si se están cuidando, no sólo en la tarea sino cuando vuelven del campo a la casa. Si dejan los zapatos fuera para que no ingresen contaminantes en la suela o que los niños no transiten en campos recién asperjados.” Al respecto precisa: “Cuando este trabajo inicia, en esta muestra de 137 personas, detectamos solo dos mujeres. Posteriormente, observamos que es la familia horticultora: trabajan la mamá, los niños, el papá, es un conjunto familiar. A los niños se les dice “que ayuden” en el campo, pero es una tarea en la que el grupo familiar entero queda expuesto más o menos”.
Las identidades feminizadas en el espacio rural junto a los trabajos que ellas despliegan son invisibilizadas. “En el cinturón verde de Córdoba las mujeres no solo siembran, cosechan y acondicionan las hortalizas que no solamente nos alimentan y nutren, sino que realizan una serie de actividades que permiten el sostén, la recuperación y la reproducción de les integrantes de la familia. No es cualquier cuidado, ellas lo hacen en vínculo con el contexto hortícola y de exposición a plaguicidas dando cuenta de un proceso de socialización genérica particular que expresa su ser, estar y habitar en el territorio” (Dezzotti, Eandi y Butinof, 2021). Según datos publicados por ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se estima que en Argentina el 50% de la población rural está representada por mujeres que trabajan la tierra, crían animales o trabajan las materias primas. En América Latina y el Caribe, 58 millones de mujeres viven en zonas rurales y son centrales para alimentar a los pueblos. Si bien ellas representan la mitad del sector rural, están en situación de desigualdad en relación con los varones: su trabajo es peor remunerado, trabajan mayormente en el sector informal, tienen mayores dificultades para acceder a la tierra, a créditos y a capacitaciones.
Cultivar la vida
La mayoría de las Familias Hortícolas vive en la quinta donde se encuentran los cultivos y desarrollan su vida cotidiana, participando sus miembros en diferentes instancias de la producción. Aquí, como subrayan las investigadoras, la exposición a plaguicidas debe ser considerada con especial atención, dada la modalidad de organización del trabajo, en el que se conjugan y entrelazan los aspectos productivos y reproductivos con muy poco control por parte de las familias hortícolas sobre las condiciones de seguridad en su trabajo.
Son justamente desde esas condiciones de trabajo, de producción de estos alimentos vitales como verduras y hortalizas que la pregunta se vuelve urgente: ¿Qué alimentos llegan a nuestra mesa? Con el oxímoron de “comete la cáscara de la manzana que tiene todas sus vitaminas” nos llega un nuevo espectro corporizado en la manzana envenenada.
“La calidad de los alimentos, elemento esencial para la salud, está intrínsecamente ligada a la calidad del suelo, el aire, el agua y el medio ambiente. La calidad de los alimentos que llegan a nuestra mesa depende también de las prácticas agronómicas y veterinarias empleadas en los cultivos y en las granjas” señalan en el Manifiesto sobre la Alimentación por la Salud – Cultivando Biodiversidad, Cultivando Salud, realizado en 2019, donde un grupo de expertos y expertas elaboraron un documento referido a la importancia del derecho a alimentación como un presupuesto fundamental para una buena salud, no solamente humana sino también de la tierra, bajo la directriz “un planeta, una sola salud”.
Los especialistas expresan que “es posible crear buena salud a través de una buena nutrición. Para ello tenemos que transformar nuestros sistemas alimentarios. Esta tarea es fundamental, no sólo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030, sino también para asegurar la salud humana y planetaria de las generaciones futuras. La transición a un nuevo paradigma, basado en la realización de los derechos a la salud y a la seguridad alimentaria, dependerá del compromiso de la sociedad civil, del sector privado, de los gobiernos y de las instituciones mundiales”.
El manifiesto se presenta en términos de un llamamiento a la acción con el objetivo de denunciar la violación del derecho a la alimentación y a la salud humana, como la de la tierra, que representa el modelo agroindustrial; asimismo plantean reclamar e instar ante los Estados el inicio del proceso de transformación del modelo agroalimentario. Y aclaran: “Lamentablemente, la presencia ahora generalizada de sustancias tóxicas en el medio ambiente, debido a diversos productos agroquímicos y emisiones, de las cuales un porcentaje sustancial proviene de la industria alimentaria, ha provocado la degradación progresiva de nuestro hábitat. Estas toxinas se acumulan en la cadena alimentaria, con considerables riesgos para la salud humana. Las consecuencias negativas subyacentes se expresan más vivamente en nuestros propios cuerpos, en nuestras células y tejidos, y en la salud en general”.
“La calidad de los alimentos, elemento esencial para la salud, está intrínsecamente ligada a la calidad del suelo, el aire, el agua y el medio ambiente. La calidad de los alimentos que llegan a nuestra mesa depende también de las prácticas agronómicas y veterinarias empleadas en los cultivos y en las granjas”
“Mercantilizada, industrializada y carnista” describe la doctoranda Luciana Dezzotti en diálogo con Umbrales a la salud humana. “Verla fragmentada de la salud de otros seres, vivos y no vivos, como otros animales, el ambiente y la naturaleza me resultaba incómodo, una incomodidad que fue impulso para comenzar a preguntarme de dónde venían esos alimentos. Fue una búsqueda muy personal hasta llegar a un grupo de investigación y extensión que me permitió habitar los espacios donde se producen los alimentos fuente de vida: las hortalizas y las frutas. Es decir, las plantas”. Dezzotti distingue así entre los alimentos y los productos: aquellos que vienen de la industria. “Ahí empecé a habitar las quintas en vínculo con las y los trabajadores y familias horticultoras. Comencé a observar que la industria y las empresas transnacionales no sólo controlan lo que se siembra, lo que se cosecha, cómo se aplica y demás, sino también la manera en cómo entendemos la naturaleza y la salud.”
La agricultura industrial y el procesamiento industrial de alimentos degradan constantemente nuestra alimentación y salud, tanto al eliminar la nutrición y la salud del sistema alimentario como al añadir productos químicos y contaminantes a lo largo de la cadena alimentaria, desde la producción, el procesamiento y la distribución.
«Somos lo que comemos», este saber ancestral se vuelve cuantificable en los informes que producen investigadoras e investigadores comprometidos con la ciencia digna. Allí, los testimonios y la organización de las madres, como el emblemático Madres de barrio Ituzaingó, de las mujeres de Vecinas Unidas en Defensa de un Ambiente Sano (VUDAS), y desde trabajadores y trabajadoras de la salud colectiva -parte de los primeros en denunciar estas anomalías y los aumentos de cánceres- fueron nodales para poder informar y revelar la necesidad de pensar la salud de manera integral, haciendo real la noción de “una salud”. En ese camino, la seguridad alimentaria y la producción de conocimiento situado, intercultural y colectivo marca el pulso como parte de la transformación del sistema en una variedad de agentes y labores relacionadas con la agricultura sostenible, la sanidad animal, vegetal, forestal y acuícola, la inocuidad alimentaria, la resistencia a los antimicrobianos y la seguridad alimentaria. La nutrición como forma de preservar la vida.
De especie en especie
El estudio titulado “El cambio climático aumenta el riesgo de transmisión viral entre especies”, publicado en la revista Nature analiza la «red de nuevos virus» que saltará de especie en especie y que aumentará a medida que se calienta el planeta, debido a la migración de animales salvajes por el aumento de la temperatura planetaria. Esta investigación, divulgada por la agencia Tierra Viva, destaca que debido al cambio climático podrían desarrollarse nuevos virus que se transmiten de animales a humanos, es decir por zoonosis.
La investigación, desarrollada durante cinco años, cruzó varias modelizaciones climáticas, datos sobre la destrucción de hábitats naturales y la manera en que los virus se transmiten entre especies. Se realizó tomando en cuenta un total de 3139 especies de mamíferos, siendo esta clase de animales la que alberga una gran diversidad de virus susceptibles de ser transmitidos a los humanos, y originando epidemias como fue el Ébola y la pandemia por Covid-19. En ese esquema, los murciélagos juegan un papel central ya que portan numerosos virus sin desarrollar la enfermedad pero con la posibilidad de infectar a los humanos a través de otro animal. El equipo dice que, en parte porque los murciélagos pueden volar, es menos probable que busquen barreras para cambiar sus hábitats.
Los autores de la investigación sostienen que el futuro incremento de la temperatura global «es irreversible, incluso si se limita el calentamiento global a 2ºC». Precisan que la zona del Sahel -al sur del desierto del Sahara, en África-, las tierras altas de Etiopía y el valle del Rift en el este de África tropical, India, el este de China, Indonesia, Filipinas y algunas poblaciones de Europa central serán afectadas.
Por acá, bajando hacia el sur global y con solo recordar los últimos meses, donde el cruce de las estaciones parece detenido en un eterno verano, eufemizado en “la ola de calor”, muestra el océano de consecuencias que la catástrofe anunciada del cambio climático implica en cada región y territorio. Muy, muy más acá -debido a las temporadas de incendios- se observan las migraciones de aves y nuevas especies conviviendo en las ciudades que modifican ecosistemas y paisajes.
En ese sentido, la necesidad de pensar desde los conceptos de una sola salud o bienestar planetario para que estos sean los vectores de las políticas globales y regionales forma parte de la salida de emergencia. Aquí no solo podemos tomar la cantidad de información y referencias que desde los mismos territorios y con las experiencias de barrio Ituzaingó Anexo y Malvinas Argentinas se fueron construyendo a nivel regional y global (con equipos de investigación, sanitarios, universidades -en ese entonces se destacó o la de Río Cuarto- las redes que pensaron desde salud colectiva -como la red de pueblos fumigados- las crónicas que documentaron el proceso y ese magma que se conformó y terminó construyendo el “Juicio a la fumigación” y después el “Fuera Monsanto”).
En el último año, la revista The Lancet publicó un informe que señala que la contaminación ambiental causó nueve millones de muertes en un año donde uno de cada seis fallecimientos prematuros están asociados a los componentes nocivos en el ambiente.
El autor principal del estudio, Richard Fuller, agregó: «el impacto de la contaminación sobre la salud sigue siendo mucho mayor que el de la guerra, el terrorismo, la malaria, el VIH, la tuberculosis, las drogas y el alcohol. El número de muertes causadas por la contaminación rivaliza con las causadas por el tabaco».
La contaminación y los desechos expulsados al aire, el agua y el suelo no suelen matar directamente, pero son causantes de graves enfermedades cardíacas, cáncer, problemas respiratorios y diarreas agudas, indica la revista científica británica. La cifra se agrava por la mala calidad del aire y la presencia de contaminantes químicos, destacó la Comisión sobre Contaminación y Salud de Lancet.
(*) Periodista, investigadora y docente universitaria