Escuela Popular
«Porque, como dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la Democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Raúl Alfonsín, diciembre de 1983. Discurso de su asunción como primer presidente constitucional argentino, luego de la última y sangrienta dictadura de 1976.
Por Mónica Lungo (*)
Qué gran responsabilidad es escribir. Cada vez que me lo piden digo sí al instante porque hay que ocupar todos los espacios para ayudar a crear más conciencia política. Después me asaltan las preguntas: ¿qué tengo de importante para decir?
Mastiqué preocupación un par de días, hasta que Bahía, mi hija que es politóloga, me rescató de mis inseguridades: «estás impregnada de democracia, la hacés todos los días, ¿en qué te trabás?»
Entonces empiezo contándoles quién soy y qué hago.
Soy maestra y fundé en 2002 la Escuela Alegría Ahora -junto a Miguel Genti- en el corazón de la injusticia y la desigualdad.
He sido maestra en las condiciones más hostiles y agresivas que he conocido: en la calle, debajo del cielo, “de prestado” en un garaje, en la plaza, en un club abandonado rodeado de peligros, en el campo, en las villas, sentada en la vereda, en la tierra, en medio de las balas, en la puerta de la cárcel, en la intemperie absoluta y no fui maestra en ninguna ciudad de Haití.
He enseñado a leer y escribir sin techo ni paredes, sin pizarrón, sin escritorio, sin banco, sin agua, sin baños, en el calor extremo, en la lluvia y no fui maestra en ningún pueblo de Sudán del Sur.
He sido maestra y tuve que limpiar heridas de balas de jóvenes que preferían el riesgo de morir que ir a un hospital. Aprendí horrorizada que conseguir un arma para un niño de 9 años es mucho más fácil que conseguir una pelota, una guitarra, una notebook, un libro. He estado en medio de balas entre vecines, con la policía, con los transas y no fui maestra en el conflicto yemení.
Soy maestra y he visto cabecitas de bebés agujereadas por larvas de moscas. Sus familias viven en lugares sin agua, los piojos chupan la sangre, se rascan, no hay con qué lavarse, se infectan y una cabecita de un bebé de un año queda atravesada por gusanos: 28 larvas le sacaron a una bebé y no fui maestra en lo profundo de Sierra Leona.
He sido maestra de estudiantes que se habían escapado de institutos prevencionales -cárceles disfrazadas para adolescentes pobres-, mujeres, en su mayoría, que sobrevivían en la calle con todos los peligros y atrocidades que se puedan imaginar (¿se animan a imaginar?) y por eso a la mañana llegaban a la escuela siempre en las condiciones que quedaron la noche anterior, nunca faltaban porque se convertían en estudiantes y por unas horas olvidaban el infierno.
Con el grupo de varones, hubo años que pasaba por la comisaría antes de llegar a nuestro punto de encuentro y desde afuera los policías me decían si había o no “uno de los tuyos”, es decir, adolescentes que son detenidos por ser pobres, negros y sospechosos de todo lo malo. Hay calles de mi ciudad por donde a mis estudiantes no se les permite caminar. Soy maestra donde la cárcel está presente en la vida del 100 por ciento de mis estudiantes, de todes y de cada une y no fui maestra en la marginalidad de Buenos Aires.
He sido maestra de mujeres que tienen dueño. No importa que ustedes no puedan digerirlo. Es nuestra realidad. Y como dueños, los machos tienen derecho a golpearlas, denigrarlas, manipularlas, prohibirles estudiar, obligarlas a no cuidarse y quedar embarazadas, a violarlas si no quieren sexo e incluso matarlas.
Nunca me voy a olvidar de una estudiante de 60 años que se estaba alfabetizando, cuando nos dijo en una clase con los ojos llenos de lágrimas: “entonces todos mis hijos, los once, nacieron de violaciones porque yo nunca quería, me daba asco”. Esto lo he vivido muchas veces y no he sido maestra en Somalía.
He sido maestra de personas con hambre… Cuando pienso en lo que significa como sociedad haber naturalizado el hambre pierdo las esperanzas y me gana la rabia…
Casi toda mi vida la he pasado con personas que tienen hambre, que no se alimentan, que están por debajo o muy arriba de su peso por estar mal nutridas.
En 2019, al término de un gobierno neoliberal, tuve otra nueva experiencia traumática: que el hambre hiciera temblar a un bebé en mis brazos, una experiencia que recuerdo casi todos los días de mi vida porque es tener el horror en upa, lo peor de esta sociedad en el cuerpo de una semilla de la Humanidad. Y no fui maestra en el norte de Nigeria.
Desde hace un par de años los bebés no solo pasan hambre, nacen con adicción a la cocaína. Sus corazoncitos laten desesperadamente por la abstinencia. Y no soy maestra en una villa venezolana.
Soy maestra hace 25 años en Córdoba Capital, Argentina, en el mundo que se esconde pero que late muy fuerte en lo profundo.
En ese corazón donde todo duele, les cuento también que amo profundamente nuestra democracia. La amo, la defiendo, la mejoro. Y no es una locura, es una potente convicción política, precisamente, porque estoy en los territorios donde no llegó y por eso es un deber ético luchar para concretarla.
La democracia es, hasta ahora, la mejor forma que tenemos para organizarnos socialmente. Por eso creo que hay que hacerla crecer, alimentarla, cuidarla, conocerla y comprometernos a traducirla en actos concretos.
Actos concretos, porque como acabo de contar, no todas las vidas suceden en los mismos lugares, en las mismas condiciones, con las mismas posibilidades. Ya lo sabemos, porque la injusticia social está muy estudiada, «sobreestudiada» diría yo, y muy poco atravesada por el cuerpo. Y ahí está el problema: la incoherencia que aprendemos, naturalizamos y llevamos adelante toda la vida.
La educación tradicional -“bancaria” en palabras de nuestro referente político y pedagógico Paulo Freire- enseña a mirar el mundo como algo acabado, donde ya no hay mucho por hacer. Injusticias hubo siempre, pobres hubo siempre y es una tremenda ingenuidad creer que la democracia va a llegar a toda la Humanidad.
Nos han enseñado a convivir con la incoherencia de decir una cosa y hacer otra. La única salida posible es salvarte en soledad. ¡Qué gran mentira!
Creo que sabemos muy bien cuando una situación es injusta, pero… ¿cuánto me voy a jugar para cambiarla al menos un poquito?
Sí, nos cagamos la mayoría de las veces. La cobardía, la comodidad, la indiferencia y el individualismo también son logros de la escuela tradicional, que responde al sistema capitalista.
Por eso he dedicado la vida a la educación, porque para mí es la profesión más política de todas y porque desde ahí todos los días, sí todos los días, construyo democracia.
Llamamos a nuestra forma de hacer educación «Pedagogía del Amor Político». Enseñamos y aprendemos que el Amor Político es un profundo Amor por nuestra sociedad. Sociedad que muchas veces nos horroriza y tantas otras nos conmueve con su belleza y ternura.
Nuestra meta es el bien común, el bienestar social, no el individualismo. Somos conscientes de la importancia de la participación social, por eso elegimos construir una Educación Humanista en los lugares más hostiles y crueles de nuestra ciudad.
No solo para las personas que nacen sin Derechos Humanos garantizados, sino para todo el mundo, porque desde nuestro pequeño y sencillo lugar escribimos un destino social cada vez mejor.
Hacemos escuela en el mundo de la violencia extrema. Lugares sin tiempo, sin protección, sin cobijo, sin caricia, donde también compartimos los gestos solidarios más luminosos.
Experimentar la solidaridad en el abismo fue un shock que me rescató de la desesperanza frente a tanto horror. Porque fui testigo de la importancia vital de sostener la solidaridad.
¿Existe un mejor sistema de gobierno que nos permita profundizar un camino humanista?
Creo que no, lo que sucede es que no educamos para «la alegría general», como decía Rodolfo Walsh. Educamos para el individualismo. Entonces, decir democracia muchas veces es decir votar a los partidos «menos peores», no comprometernos con los actos de gobierno, quejarnos mucho, acomodarnos y volver a votar. Sin Memoria y sin Amor Político.
El sociólogo francés Émile Durkheim, considerado uno de los padres fundadores de la sociología como ciencia, sostiene: “la solidaridad social se encuentra en la conciencia colectiva de las sociedades. Los diferentes grupos sociales que conforman una comunidad necesitan de la solidaridad para el desarrollo de un sinnúmero de actividades para las cuales deben colaborar y apoyarse mutuamente.”
“He dedicado la vida a la educación, porque para mí es la profesión más política de todas y porque desde ahí todos los días, sí todos los días, construyo democracia”
Por eso sostiene que la solidaridad social es el fruto de esta conciencia colectiva. Conciencia colectiva que permitirá un desarrollo individual, pero siempre conectado a la especie. Porque pensar en las demás personas es un deber, una responsabilidad, un compromiso y una necesidad. Y esa conciencia colectiva es alimentada por actos democráticos.
La realidad donde nazcas y crezcas te determina para siempre.
A quienes sostienen desde sus comodidades que se es pobre porque se quiere, les digo: ¿se animan a pensar estas preguntas?
¿Serías quien sos si hubieras nacido en una familia que nunca tuvo trabajo formal? ¿Y si tu casa siempre fuese una pieza helada, sin una sola baldosa para tu propio mundo? ¿Si nunca pudiste llegar a tener un solo cuento de buenas noches porque tu mamá no sabía leer?
¿Si en vez de canciones de cuna dormías con los sonidos de las balas?
¿Y si hubieses tenido que dejar el secundario para hacer changas?
¿Y si la comida era poca y la educación pasaba a ser un sueño lejano? Hasta que nacen generaciones que se olvidaron de su derecho a la educación.
¿Si pasabas una vida de frío?
¿Si tu cuerpo está débil porque no se alimenta y tu cabeza es un manojo de nervios porque nunca conociste la tranquilidad?
Las personas que no han tenido garantizados sus derechos tienen una vida traumática. Si lo decimos de alguien de Palestina, Siria o Croacia nos conmovemos profundamente. Si lo decimos de un” negro de mierda” de Ciudad Evita, y bueno…ahí cambia. Porque está cerca y cerca tenemos la posibilidad de accionar. Más fácil sensibilizarnos con quienes son inalcanzables. Y mucho mejor si esos dolores no me tocan.
Hace poco en las redes, una «compañera» -es decir alguien que mira con la misma ideología que yo la sociedad- estaba muy enojada porque a su hija le habían robado el celular. Y claro que es un bajón. Pero de ahí a decir: «una cosa es ser pobre y otra, vago. No me digan que no se acostumbraron a los planes, a recibir de arriba, a no esforzarse. Mi nena pasó por una experiencia traumática, quiero cárcel para estos chicos y no me importa que sean menores de edad», me parece una contradicción muy peligrosa. ¿Cuando lo injusto nos toca queremos mano dura y no más democracia?
Tenía 11 años cuando Alfonsín dio ese discurso, recuerdo que lo escuchamos en familia con emoción y esperanza. No han sido fáciles estos 40 años pero son mil millones de veces mejores que una dictadura.
Hay que aprender que no sólo es memoria. Hay que ponerle el cuerpo a las ideas. Si no, no sirve. Porque el mundo no está acabado y la democracia -con todas sus fallas, mayormente producto de individuos no del sistema en sí- nos permite escribir un destino común cada vez mejor.
Ese destino tiene gran parte de ese sueño de Alfonsín y que es la única deuda que tenemos que pagar [1] con urgencia: lograr que con la democracia no sólo se vote, sino que también se coma, se eduque y se cure. Estamos en eso. ¡Con alegría y ahora!
- La palabra «pagar» viene del latín «pacare», que significa «apaciguar». Es decir, dar algo a alguien para calmarlo y mantener la paz.
(*) Educadora Popular. Maestra fundadora de la Escuela Primaria de Jóvenes y Adultos «Alegría Ahora » en Barrio Bella Vista. La escuela fundada en 2002 es una experiencia muy particular de Educación Popular dentro del Sistema Educativo Formal. Las personas se alfabetizan y terminan el ciclo primario obligatorio. Para que puedan permanecer y lograrlo se creó la Fundación Alegría Ahora, que es la cooperadora que garantiza a estudiantes y sus familias los derechos humanos básicos de alimentación, salud y abrigo.