Un periodista que enseñaba a pensar. Un acto de censura paradigmático de un tiempo de medios corporativos. Una herencia valiosa y exigente.
Por Alexis Oliva*
Enrique Lacolla se fue en la víspera. El 6 de junio pasado, un día antes del aniversario de la creación de La Gazeta de Buenos Ayres, fundada en 1810 por aquel Mariano Moreno al que tanto y tan bien leyó y del que sin duda fue un continuador. Un día antes del Día del Periodista, profesión / oficio que honró e hizo brillar durante más de medio siglo y hasta el último día de su vida. Literal, porque el día anterior había publicado su artículo titulado De manifestaciones, traiciones y renuncias, en el que proponía: “Argentina debe abrirse paso hacia la autoconciencia. No es fácil: la información está restringida por la convención bienpensante o por un academicismo estrecho, mientras la reacción avanza”.
Me hizo acordar al artículo que fue el motivo por el que nos conocimos personalmente. En agosto de 2005, relanzamos la revista Umbrales del Cispren, después de varios años sin poder editarla. Ya era el siglo nuevo así que no podía ser Umbrales – Crónicas de fin de siglo. Había que resignificar el nombre y entonces fueron Crónicas de la utopía. Yo tenía a cargo la edición del dossier central, que proponía Reconquistar la historia, y a Enrique le pedimos el texto de apertura. Uno de sus pasajes decía: “Los acontecimientos, en efecto, se mueven de manera arrolladora y someten al individuo a retos cotidianos cada vez más difíciles de asumir y resolver racionalmente. Las formas reactivas que suscita esta cohesión pasan por la huida del presente o por la rebelión contra este a partir de formas en apariencia contradictorias, pero que no dejan de estar de alguna manera vinculadas. El permisivismo sexual, la droga y el fundamentalismo son opciones que remueven la actualidad. Ninguno de ellos permite fundar una esperanza de cambio racional en el mundo. A lo más, la promesa del caos que portan consigo puede terminar volcando la balanza hacia un nuevo autoritarismo que haga tabla rasa de todo, pero cuyo signo es hoy por hoy una incógnita”.
Un par de párrafos más adelante, se preguntaba: “¿Cuál es la raíz del problema? ¿La trasformación científica y tecnológica ha promovido una separación tan radical del ser humano respecto del suelo que pisa, que éste solo alcanza a manotear en el vacío? ¿O el sistema capitalista, que estuvo en la base de esa transformación, ha agotado su capacidad rectora y debería ser suplantado por una ecuación superior, para la cual sin embargo no se visualiza ningún protagonista social a la altura de esa misión?”. En la conclusión, planteaba: “La historia es la tabla de salvación que puede ayudarnos a flotar en este mar turbulento y a fijar el curso cuando éste se insinúe. No la perdamos”.
Esa misma lucidez política y coherencia profesional lo llevó, en abril de 2008, a escribir La sedición del campo, donde exponía la índole oligárquica del lock out de las patronales agropecuarias contra las retenciones móviles a la soja, que Enrique ubicaba en el «viejo problema» argentino de “la irreductible hostilidad de la clase alta a toda redistribución del ingreso que remotamente afecte sus bolsillos, y a la inconsciencia y el seguidismo de un buen sector del medio pelo”, males vigentes y agravados en la Argentina actual. Los piquetes de los tractores y las 4×4 eran un “ariete seudo popular para exteriorizar una protesta que, en el fondo, deviene del modelo sistémico impuesto por el neoliberalismo”, aclaraba en esa nota que le costó el retiro involuntario de un diario en el que había trabajado 33 años, desde aquellos tiempos en que la triple AAA y el terrorismo de Estado lo contaban entre sus blancos.
De censuras y días difíciles
Como secretario de prensa del Cispren, tuve el orgullo de publicar en Prensared esa nota rechazada por La Voz del Interior. Enrique no quería denunciar públicamente el acto de censura perpetrado por los responsables editoriales del diario que fuera para él un refugio y un ámbito donde construyó afectos. Mucho menos ponerse en el lugar de víctima, deporte predilecto de ciertos “colegas” a quienes les encanta convertirse en “la noticia”. Al mismo tiempo, nos dejaba en libertad de acción para pronunciarnos sobre el asunto. Cómo no lo íbamos a respetar.
Desde la confianza construida en esos días difíciles, me compartió la insólita conclusión (no pública) de cierta asociación dizque defensora de periodistas: «El sistema de medios en que se desarrolla el periodismo en Argentina impide hablar de un caso de censura». Sin escándalo pero con firmeza, Enrique respondió: “Aparentemente, para algunos (…) la cortesía es acatamiento y la elegancia renuncia a proclamar los propios puntos de vista. (…) El mío se encuadra dentro de un caso de censura, pues aunque un diario tenga todas las atribuciones para publicar o no una nota firmada en sus columnas, no era esa una situación que ameritase una decisión tan drástica de parte de la empresa, que implicaba sacarme de circulación”.
Mientras tanto, desde el Cispren denunciábamos el “doble acto de censura e intolerancia” y alertábamos sobre una tendencia que en los años por venir se agravaría: “Se trata de un caso emblemático que debe llevar a interrogarnos sobre las supuestas «grietas» que le quedan a un comunicador valiente y talentoso para ubicarse dentro de estos medios cada vez más concentrados. Si a un periodista, intelectual y docente universitario del prestigio y la trayectoria de Lacolla le ocurre esto, qué nos espera a los que todavía creemos en el mandato social del periodismo”.
Tal como decíamos en aquel comunicado, Enrique siguió ejerciendo su tarea de periodista que “trasciende a la pertenencia a tal o cual medio de comunicación”, porque “se debe en última instancia a sus lectores”. Desde entonces hasta el último día de su vida, nos ofreció, en su página Perspectivas (www.enriquelacolla.com), esos textos imprescindibles para comprender el crítico devenir del mundo y de la Argentina, y actuar en consecuencia. “Aquí los lectores encontrarán trabajos dirigidos a analizar distintos escenarios de la realidad nacional y mundial, en una ecuación que tratará de proveer una visión objetiva –lo que no significa que sea imparcial– de los diversos hechos que se ventilan en el ámbito de la política y la cultura”, se puede leer en el texto de bienvenida al sitio.
Trabajador del pensamiento y la palabra
Esa fue su paradojal cabaña de ermitaño conectado con el mundo, reacio a las vidrieras y reflectores, febril trabajador del pensamiento y la palabra, apasionado por su arte de comprender la realidad y espolear conciencias. Como el Señor de Sainte-Colombe, aquel músico barroco protagonista de la novela Todas las mañanas del mundo, de Pascal Quignard, llevada al cine por Alain Corneau. Un tipo genial y coherente, alimentado de sus amores, sus principios y su dignidad.
Quique Lacolla fue, además, un profundo analista de la política internacional y un libro abierto sobre la historia del cine, campos en los que ha dejado un valioso legado bibliográfico. Pero su principal desvelo fue el pasado, presente y destino de nuestro conflictivo y paradojal país. En ese último artículo, nos deja además un par de tareas: “Cerramos esta nota con un deseo que es el exactamente opuesto al que suele enunciar la ‘oposición blanda’, que ‘no quiere poner palos en la rueda’: lejos de pretender que al gobierno le vaya bien, le deseamos la peor de las suertes, pues si cumple sus expectativas la Argentina estará condenada. Escapar a este destino, sin embargo, no será consecuencia ni de maldiciones ni de invocaciones mágicas: sólo puede ser el resultado de la lucha por la cultura, por la conciencia crítica del pasado y del presente y por la presencia del pueblo en la calle”.
Gracias por tanto, Enrique Lacolla.
Ojalá estemos a la altura.
*Periodista y docente. Ex Secretario de Prensa de Cispren.
Fotografía: Gentileza Fernado Lacolla.