El periodista Néstor Pérez opina sobre “las consecuencias políticas de los comicios” que le permitirán al gobierno – que cuenta con mayoría propia en la Unicameral-, decidir sobre cuestiones centrales sin necesidad de construir consensos. Asimismo, advierte sobre el riesgo que implica la ausencia de un contrapeso que garantice el equilibrio de poderes.
Por Néstor Pérez*
Que no piensen que tengo la suma del poder público, porque no es así…se apuró a declarar el reelecto gobernador después del aplastante triunfo conseguido el domingo último. Y está bien, la aclaración es oportuna, aunque desde el 10 de diciembre no se ajuste a la costumbre política argentina. ¿Qué costumbre?…la que ordena al ganador en todos los frentes – y esto se da cuando el gobernante consigue el control total – debe hacer exactamente eso, o sea, decide qué agenda pone en juego y va a fondo con los resortes institucionales para convertirla en política pública. A favor inclusive de intereses privados.
El pueblo cordobés fue a votar y volcó en el apoyo a Schiaretti sus propios miedos en medio de la devastación social producida por la administración Macri, cuando se asegura los más de sesenta programas sociales como el boleto educativo; sus expectativas de contribuyente, cuando observa el desarrollo de la obra pública; sus anhelos de castigo cívico, cuando le baja el pulgar a un todavía joven dirigente radical con 8 años al frente de la segunda ciudad del país, porque lo advierte rapaz a la hora de gestionar el presupuesto público y poco eficiente en todos los frentes.
Pero, también, el cronista cree que el pueblo volcó masivamente su apoyo al gobernador porque con ello manifiesta su aprehensión a la sola posibilidad de que Cambiemos crea tener aún en Córdoba la llave que le abra a Macri de nuevo las puertas de Balcarce 50. Aquí también los despidos, los bolsillos raídos por la desesperación, la leche ausente en el alimento de demasiados niños, el mañana preñado de amenazas, son fuente de reflexión camino a la urna, aunque los políticos, analistas y redactores sigan mirando al pueblo con gesto condescendiente.
Pero quisiera detenerme en las consecuencias políticas de los comicios, trascendiendo el tópico puramente electoral. Porque la mayoría agravada que obtuvo Juan Schiaretti, es decir los dos tercios de legisladores propios, 51 sobre 70, le permite sin trabarse en consensos, reformar la constitución – Art 196 CP- , operara en el Superior Tribunal de Justicia, removiendo a uno o más de sus integrantes, impulsar el Jurado de Enjuiciamiento a magistrados o legisladores, e intervenir municipalidades. Leyes, en definitiva, para las que los constituyentes exigen una masa crítica de apoyo superior a la mayoría simple, o sea, la mitad más uno.
“El número mágico de 47 (sobre los 70 parlamentarios de la Unicameral) ha sido largamente superado por el oficialismo (…) y esto le otorga, por imperio del artículo 104 de la CP una agregación mayoritaria que le permitiría ir en busca de acciones políticas que una representación legislativa menor no le permitiría. Es una situación absolutamente lesiva del equilibrio de poderes”, señala enfático Pablo Riberi, constitucionalista y ex asesor de la Comisión Consultiva de Expertos para la Reforma Política que produjera el dictamen “Así no va más”, desoído por el gobierno que lo instara después de la sospechada elección del 2007. Y sigue el prestigioso catedrático: “Es un problema de diseño (de la ecuación proporcional una vez consagrada la unicameral), nada tiene que ver la voluntad popular legítimamente manifestada en las urnas”.
El contrapeso desaparece como reaseguro democrático ante un ejecutivo que se queda con todo. Ahí también se impone señalar que la hegemonía elimina aquella saludable idea de que en democracia nadie se sale enteramente con la suya. En “El espíritu de las leyes” Montesquieu desarrolla la tesis de la separación de poderes señalando algo como que el poder sea el muro donde se estrellen, precisamente, las desmedidas pretensiones del poder: tal es el principio de equilibrio. Repartir, no concentrar.
La suma del poder público turba por la sola posibilidad de que el gobernante olvide su condición provisional al servicio del pueblo, de cuya voluntad volcada en comicios libres surge su legitimidad.
Hizo bien Juan Schiaretti en apurar su desapego por la arbitrariedad de quien domina sin contrapesos. Tiene derecho a que le crean; pero sería mejor, casi obligación irrenunciable del propio pueblo – el que armara al gobernador reelecto con tan afilada espada – recordar el vigente espíritu del equilibrio de poderes. Para que Juan, Pedro o quien sea, se abstenga de hacer con los votos su voluntad absoluta.
En el inaugural año de 1810 decía Moreno en La Gaceta: “Equilíbrense los poderes y se obtendrá la pureza de la administración”. El pueblo no pretendía este desequilibrio. Ahora, con el gobierno refrendando por el 57 por ciento de los votos y dominando la cámara única, es el momento de advertir su peligro real.
*Periodista
Fotografía Telediario Digital
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