EDITORIAL
Desde su primera entrega la Revista Umbrales tuvo el objetivo de plasmar, en sus contenidos, las tres premisas básicas del periodismo: informar, inconformar e incomodar – en ocasiones al poder real, otras veces a sus lectores -. Esto es posible porque es una publicación hecha por un sindicato que representa a trabajadores de la industria de las infotelecomunicaciones.
Así fue como, en formato papel o digital, las plumas de un sinnúmero de trabajadores de prensa pusieron el foco donde nadie lo hacía. Cada ejemplar fue y es una construcción colectiva de ideas y enfoques, tanto sobre nuestro oficio como sobre cuestiones de relevancia social. He ahí la importancia de que una organización gremial impulse una producción como esta, que genera disparadores para el debate colectivo sobre el mundo que queremos tener y el oficio que deseamos ejercer.
Por lo que, a 40 años de recuperación de la democracia y de fundación de nuestra entidad sindical, es necesario repasar nuestra historia como organización colectiva. Trayectoria que no está escindida de los contextos políticos durante los cuales se desarrollaron -y se desarrollan- las distintas gestiones que condujeron y conducen al Cispren.
Es por eso que, a partir del relato de nuestros ex Secretarios Generales y de nuestra actual Secretaria General, podemos comprender de dónde venimos y hacia dónde queremos ir, como institución que defiende derechos laborales y pelea por mejores condiciones de vida para les trabajadores.
En ese sentido -como trabajadores de prensa con responsabilidad gremial- consideramos fundamental volver a preguntarnos sobre el estado de salud del oficio, temática que será transversal a este número de la Umbrales. Porque vivimos una etapa política en que el gobierno nacional amenaza con cerrar medios públicos, los desfinancia, obliga a tomar licencia a les trabajadores de esos medios, acusa a periodistas de cometer actos de corrupción al llamarlos “ensobrados”, cierra programas de gobierno a través de los que se financian los medios autogestionados, entre otros muchos ataques que hacen mella a la libertad de expresión.
Si además sumamos los salarios que no llegan a la canasta básica, el pluriempleo, la realización de múltiples tareas al mismo tiempo y las lógicas de los algoritmos de las redes sociales -que llevan al consumo de noticias y producción de contenidos de forma compulsiva y vertiginosa-; podemos entender el deterioro de la calidad informativa reinante y la ausencia de profundidad en las producciones informativas.
Esto no hace más que debilitar nuestro rol social, como garantes de un derecho humano: el libre acceso a la información. Es por eso que sostenemos que sin periodismo de calidad y sin condiciones dignas de trabajo no hay democracia real.
Por supuesto que hay excepciones, hoy son les trabajadores de los medios autogestivos, cooperativos y comunitarios quienes ejercen el oficio a la antigua: con responsabilidad y sentido crítico, dándole voz a quienes son invisibilizades -es decir, democratizando la palabra-.
Sin embargo, que hoy el periodismo esté en terapia intensiva -a nivel mundial- no es responsabilidad absoluta de quienes ejercemos el periodismo; sino que es consecuencia de un sistema capitalista que convierte todo en un producto plausible de ser vendido, maximizando sus ganancias y reduciendo “los costos”. Y como si eso fuera poco, el empresariado argentino y el gobierno nacional catalogan a les trabajadores de prensa como un gasto, soslayando de manera intencional el incalculable valor de nuestro trabajo.